7 de septiembre de 2009

Reunión de traficantes

Me gusta la idea de una patria sudamericana, grande, libre y hermosa; desarrollada, culta, amable y trascendente. Y amante erótica de la naturaleza. Y respetuosa y hospitalaria con todos los habitantes del mundo, con sus creencias y sus culturas y con quienes habitaron este suelo antes de venir mis abuelos a mezclarse y formar este pueblo variopinto, mestizo y caótico que ama con pasión y no gasta un segundo en el odio a sus semejantes. Me enamora una patria sudamericana tal como la soñaron nuestros libertadores y sueño yo también con que un día se hará realidad.

Como soy optimista, veo muchas veces señales súper interesantes en la política exterior de nuestros gobiernos. Pero tengo que confesar que tantas veces como me alegro por los avances, me desaliento a causa de los desencuentros. Y entonces espero que alguna vez las cosas empiecen a avanzar a buen paso: será cuando los avances superen a los retrocesos en este plan de unión de nuestra América mestiza.

Con todas estas advertencias me dispuse a ver por televisión la reunión extraordinaria de presidentes de la Unión de América del Sur. Confieso que me di un atracón de presidentes y descubrí que la televisión no es solo buena para los partidos de fútbol, las recetas de cocina o las películas nostálgicas. En algún momento me imaginé lo que hubiera ocurrido si se televisaba en vivo y en directo a Bolívar y San Martín en la primera Cumbre Sudamericana del 26 de julio de 1822 en Guayaquil: quizá se parecieran a los de ahora, peleando cada uno por sus ideales cuando la patria era inmensa y el enemigo vivía en un palacio de Madrid. A propósito, y ya que estamos, creo que Guayaquil debería reivindicar para sí la condición de primera sede de una cumbre americana y obligar en el conteo a agregar ese número a las que van contabilizadas.

Vi y oí los discursos y discusiones en el Hotel Llao Llao de Bariloche con una ansiedad desconocida. No me importaron esta vez las diferencias porque sé que tiene que haberlas. Lo único que me preocupó es caer en la cuenta de que quien divide a nuestra América es la droga que se consume en Estados Unidos y Europa. Mientras una mercancía tan pequeña valga tan cara, esto seguirá siendo un berenjenal. Y mientras quienes sufren el flagelo del consumo sigan atacando el tráfico, lo único que harán es aumentar el precio y mejorar el negocio de los traficantes: No se evitan las muertes persiguiendo al fabricante de ataúdes.

Pero eso no es nada y además es casi un lugar común: Resulta que también descubro que los países grandes y perfectos, donde se consume casi toda la droga que se produce en nuestro suelo, fabrican y venden armas eficacísimas para matarse los seres humanos, sobre todo nosotros, los que estamos lejos de ellos… y aquí no quiero nombrar a los países sudamericanos más ricos, que venden armas a sus hermanos más pobres. Si al final aquella discusión de Bariloche parecía una reunión de angelitos con traficantes de drogas y de armas, entreverados por momentos y a ratos distanciados; y que cada cual se ponga el sayo que le quepa, que no estoy yo para sastre de trajes a medida. Fue entonces cuando me pregunté con un nudo en la garganta si no hay nada más urgente en nuestra América querida.

Otra realidad terrible que percibí mientras oía los chistes con segundas intenciones, las guiñadas de ojo y los cuchicheos esporádicos: nadie está dispuesto a hacer ni medio milímetro de lo que exige a su vecino. Y eso no debe ser así. Todos somos celosos para que nadie se meta en nuestros asuntos y todos nos metemos en los asuntos ajenos ¡Vaya canallada! Todos queremos que nos acepten como somos, y maldecimos al mundo porque los demás no son como queremos ¿Estamos locos? Todos queremos imponer nuestras ideas después de decir a los gritos que respetamos las ajenas ¡Muy mal!

Pasarán. Los gobiernos y las personas pasarán como pasaron los que nos precedieron y como pasaremos nosotros. Un día nuestros presidentes de hoy serán un mal o un buen recuerdo. Unos tendrán monumentos y otros una calle periférica en la Ciudad del Olvido. Nuestros países, en cambio, seguirán. Y seguirán cada día más unidos a pesar de sus diferencias. Necesitamos conversar entre nosotros y educar a nuestros pueblos. Lo demás vendrá solo.